Siempre que subo por la Cuesta de San Vicente desde Príncipe Pío hacia Plaza de España y giro la cabeza hacia la izquierda, me encuentro con la fachada de la entrada principal de la que fue en su día uno de los ejes ferroviarios más importantes del siglo XIX, "la Estación del Norte". El nombre le viene por la línea férrea Madrid-Irún, inaugurada en 1861, que había de servir además de para el traslado de viajeros, para hacer llegar a la capital, por un medio rápido, el carbón y los productos alimenticios del norte. Por lo que su nombre, como muchos creen, no proviene de su ubicación, ya que, si nos fijamos en un mapa de Madrid se encuentra al oeste. Esta es la razón por la que es conocida por Estación de Príncipe Pio, denominación que alude al monte en la que está situada y que es conocida históricamente por los fusilamientos acaecidos en el 3 de mayo de 1808.
La primitiva Estación del Norte se empezó a construir en 1859, pero rápidamente quedaría pequeña para las necesidades de transporte de mercancías. El 16 de julio de 1882 se abrió el servicio destinado a los viajeros, que conformaba una estación de un solo cuerpo con andenes longitudinales, pero sin uno transversal frontal que lo uniera en cabeza.
En 1976, gran parte de los trenes de largo recorrido fueron trasladados a la Estación de Chamartín, exceptuando alguna línea norteña.
Cada vez que paso por la estación, me embarga la nostalgia y una sensación de pena y rabia.
¡Nostalgia! ¿Por qué?. Pues bien, os diré que soy de Santiago de Compostela, y alguna veces en vez de ir en coche, para visitar a mi familia, viajaba en tren, cogiendo bien el talgo que salía al mediodía o bien el correo de la noche, que partía de la Estación del Norte a las 10 de la noche, y si todo iba bien, tenía prevista su entrada en la estación de Santiago de Compostela, a las 8 de la mañana.
Si no recuerdo mal, los vagones del correo de la noche, estaban divididos en departamentos individuales, y en cada uno de ellos viajaban 6 personas, enfrentadas 3 a 3. También, disponían de coches-cama. En este tren, viajaban muchos militares, unos regresaban de disfrutar su permiso y se incorporaban a sus correspondientes destinos, otros por el contrario comenzaban su ansiado permiso. Todos ellos o la gran mayoría, se pasaban el viaje en los pasillos.
Aún a pesar de ir todo bien, el viaje se hacia muy pesado y largo, pero como ocurriera cualquier percance, se convertía en una autentica pesadilla, como me ocurrió en una ocasión, en la que la salida de la estación de Principe Pío fue la prevista, como os he dicho a las 10 de la noche, pero debido a varias averías en la locomotora, tuvieron que cambiarla, con lo cual la llegada a la estación de Santiago de Compostela fue a las 3 de la tarde. La tensión y la desesperación entre los viajeros era palpable y lógica, lo que yo no veía tan lógico era que muchos se preocupaban de que la mañana avanzaba y no les daban de desayunar. Otros, solo sabían decir que les sacaran en helicópteros, ya que el único acceso a nosotros era por aire, pues nos encontrábamos parados entre montañas.
El motivo de que sienta rabia y pena, es que me parece vergonzoso, que muchos de edificios que han formado parte de nuestra historia, se encuentren totalmente o parcialmente abandonados, como es el caso de la Estación de Príncipe Pío, que una parte de ella, fue rehabilitada para albergar un complejo centro comercial, y el intercambiador de autobuses, metro y renfe de cercanías. Pero en cambio, otros edificios históricos se encuentran en ruinas o mal conservados.
Deberíamos, como ocurre en otros muchos países, cuidar nuestro legado histórico y tratar de conservarlo para mostrarlo a gente de otros países y que otras generaciones puedan disfrutar de él.
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